TirandO De FáBuLaS... (II)


Volviendo a la historia de nuestra princesita…tenemos mucho que contar!
El hada madrina dejó muchas tareas a la pequeña. Ésta, extremadamente confusa y alterada, decidió hacer lo que mejor sabía hacer. Se acurrucó en su colchón de ilusiones ajenas y lloró. Provocó una espesa llovizna en el reino, estropeando las cosechas de la emoción y los árboles del esfuerzo.
Al despertar de su desesperación y observar con atención el estropicio, decidió poner en práctica los consejos de la diminuta gruñona, pero no pensaba ensuciarse las manos… ¡odiaba las telarañas de la humildad!
Colocó en fila a cada uno de sus sirvientes y les ordenó con voz firme y autoritaria: “Quiero que mi reino brille de pureza. No toleraré un solo rincón sin luz, ni una sola mosca de temor, ni una sola pelusa de odio. Éste será el castillo perfecto para vivir, y tendré que echar a los príncipes a patadas porque todos querrán deshacer mi cama”.
Todos los vasallos se pusieron manos a la obra, no se sabe muy bien si por la fuerza del pánico o por el miedo a la rebelión, pero pronto todo el castillo estaba impoluto…toda la mierda quedó en los cajones.
No tardaron los príncipes en hacer acto de presencia. Todos se sentían atraídos por aquél resplandor, acompañado siempre de una princesa altiva y peripuesta.
Pero…al igual que llegaban, todos salían despavoridos dejando una intensa humareda de decepción.
La princesa, tremendamente enfadada y roja de ira se interpuso en el veloz paso de uno de ellos, interrogándole con la mirada y pidiéndola explicaciones por su falta de cortesía.
El jovencito rubio dejó caer sus bucles dorados a un lado, y con una intensa mirada respondió: “¿Acaso crees, muchacha, que tus sirvientes con limpiadores de conciencias? Tu rostro es amargo, y sin tus damas no eres capaz de dar un paso sin tropezar. ¿No te das cuenta de que esto es cosa tuya? No eres más que falsa apariencia, sólo has cubierto tu amargura con servidumbre, brillas porque los demás te limpian… ¡así no mereces la pena, princesa harapienta!”
Dicho esto, el joven partió presuroso, con sus ilusiones a otra parte. Nuestra princesa pataleó, gritó y se manchó su vestido de pedrería…pero una vez más, se abandonó al llanto, que tanto cansa y tan poco aporta…
Y aquí dejamos de nuevo a nuestra princesa, cegada por el miedo disfrazado de venganza, llorando temores teñidos de refunfuños, gritando al cielo que él tiene toda la culpa…echando los compromisos fuera, cargando de nuevo en otros lo que sólo ella puede curar…
Continuará…