Si todo estuviera permitido...

Dijo que veintiséis, y ella dejó que tirara los restantes a la papelera.
Dijo que en su corazón no había nombre de mujer, y ella dejó que la alianza se deslizara en el bolsillo de su pantalón.
Dijo que no había sonrisa como la suya, y ella dejó que sus labios se quedaran ciegos.
   
Ella dijo que también veintiséis, y él dejó que ella engordara sus vivencias.
Ella dijo que no había pasado que le marcara, y él obvió cada una de sus cicatrices.
Ella no gritó como lo solía hacer, y él se comportó como si eso fuera lo natural.

Comenzaron entonces un "algo" que moría con cada segundo.
Cada saludo seguido de un adiós. No tenían absolutamente nada de lo que hablar. Sólo ser, hacerse entre los dos. Cada despedida atada con las ansias de una próxima vez, sin saber si ésta volvería a llegar.

Inventando excusas que sólo ellos valoraban. Buscando el invierno en cada esquina. Disimulando el secreto, transformándolo en un juego de seducción. Ocultando el engaño en las perversiones, ahogando las malas conciencias a base de tragos de pasiones.

Los remordimientos hacían cortocircuito con cada caricia. El dolor y la culpa convertidos en el mejor juguete erótico. Hasta que llegó esa noche en la que ya no fueron.

Todo quedó en posesión, y entonces los dos perdieron la partida. Siempre hay consecuencias cuando se rompen las reglas del juego.

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