Promiscuidad emocional

A veces, en la vida, llega un momento que, sin saber muy bien porque ni cómo, nuestro corazón irradia promiscuidad por todos sus poros. No tiene por qué haberte pasado nunca, pero tarde o temprano a todos nos llega…porque todos sentimos la NECESIDAD de amar.

Un día…caminas por la calle y te enamoras de la sonrisita de un viejo que camina a tu lado pensando dios sabe que, pero vamos, que te enamora igualmente…e intentas imaginar cómo será su vida, cuántos viajes habrá realizado…y deseas con todas tus fuerzas ser vieja y caminar con la misma sonrisa que él. Continuas caminando y te enamoras de una gota de lluvia..porque la ves tan libre y pura que deseas con todas tus fuerzas parecerte a ella y olvidarte de tus pánicos…quieres correr como ella calle abajo…sin nada ni nadie que detenga su paseo. Al poco, aparece un niño pequeño jugando con un balón, y te enamoras de su inocencia! Porque corre sin miedos, sin observar a ambos lados para ver si alguien le acecha…y deseas poder volver a jugar como él, porque tu infancia está en el fondo de tu baúl y nunca más podrás saborearla…porque se te gastó.
En definitiva…que de repente, los quieres a todos! Al frutero que te guiña un ojo, al adolescente que te mira con sorpresa, al muchacho que te mira fijamente al pasar…y no digamos al que además te regala una palabra amable! “Buenos días muchachita…hace un buen día hoy ¿verdad?” y a ti se te queda cara de boba, porque tu corazón de repente grita….”Lo quieres!”.

Pero llegas a casa, como el resto de las veces, sola…y te pones a recordar a cuántos has querido ese día…cuántos han hecho que tu corazón pegue saltitos en tu pecho…pero ahora llega el problema…¿y cuántos te han querido a ti?, ¿cuántos han tenido la sensación de que te querían? Vaya…el corazón ahora se encoge en un rincón oscuro y medita…y ahora llegan los miedos, los por qués, las dudas, las acusaciones….”porque si no me quisieron peor para ellos…” y te centras en todo lo que te duele..y tu corazón se dobla y se dobla sobre sí mismo, hasta que te empieza a doler.
De repente, sin saber muy bien por qué, llega un alma chiquitina, con mil fallos y miles de dudas también y abraza a tu corazoncito, que sorprendido pega un salto y se vuelve a poner en pié. Por eso, tu corazón, cada vez que un pequeño almita se te acerca te susurra…”no huyas…porque por mucho que llore a lo largo de tu vida…me vale más la sonrisa que el llanto…”

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